Soft City - Jorge Pomar
- lailacalantzopoulos
- 2 mar
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 3 mar

Con una inocencia que lastima,
enmascara en lo mullido
del ambiente, la dureza que evoca.
En el principio, Uruk se levantaba como la primera ciudad del planeta. Tres mil quinientos años faltaban para que el calendario indique el nacimiento de quien designaría un antes y un después en la historia (pero esa es otra leyenda). Dando inicio a una larga tradición, la primigenia urbe ostentaba una enorme muralla, un escudo protector que separaba la prosperidad del interior con la barbarie que dominaba el mundo más allá de sus fronteras. Escasos vestigios quedan de aquella época dorada. Según cuentan los que saben, se marchitó poco a poco: el cambio en los cursos de los ríos provocó que fuera abandonada en el desierto y lanzada a su suerte frente la erosión del tiempo. Más de cinco mil años después, Uruk aún guarda múltiples enigmas para sí. La idea de una gran metrópoli construida de dúctil adobe, desliza un aroma de incertidumbre que conjuga violencia y blandura, propio de toda ciudad que se precie como tal.

Un perfume similar flota sobre las calles de Soft City, la muestra de Jorge Pomar en Quimera Galería. Como polaridades en atracción continua, ternura y rigidez vibran debajo de la tierra y marcan el pulso de un adentro y un afuera. Soft, circuito que aprisiona cálido como útero gestante. City, colchón sucio abandonado bajo la vidriera. Soft, laberinto de seducción amenazante que invita a espiar quién se esconde detrás de la esquina. City, que evidencia cómo la propiedad privada se delimita con un ladrillo arriba de otro. Porque como advierte el arquitecto peruano Javier Vera Cubas, la ciudad -desde su invención en la antigua mesopotamia hasta la hoy- se vuelve una gran arquitectura del encierro donde la fragmentación del territorio es un guiño malicioso a la reproducción de la fragmentación social. Cada muro se erige orgulloso como la representación material y simbólica del poder que los ha construído, arbolando una fantasía propietaria que abre una disputa por el espacio donde lo público se vuelve un campo de sospechas cruzadas y lo privado un terreno fértil para el nacimiento de los vándalos (desde grafiteros hasta cirujas, todos tienen la potencia de apuntar contra lo ajeno).
Así, en una misma traza urbana se montan múltiples ciudades, una sobre otra. Entre ellas Soft City que con una inocencia que lastima, enmascara en lo mullido del ambiente, la dureza que evoca. En la ciudad suave, las paredes atardecen rugosas cuando la escuadra de la construcción desnuda deviene cobija multicolor. Los ladrillos envueltos en alfombras alzan columnas endebles y crean andamios sin cabeza que, como rastris de juego, parecen parodiar los interminables obstáculos callejeros. Y en el vaivén de oposiciones, la instalación acaricia y rasguña, porque algo se oculta detrás del esplendor sugestivo que se respira en la deliciosa frivolidad de lo bello.

La ciudad de Pomar invierte las tensiones de una Buenos Aires cada vez más a flor de piel y propone un tiempo otro. Un hábitat en el cual se hace visible lo invisible; en el aire que corre y moldea los muros colgantes que recitan su oda a los fantasmas, en el camino que se desarma en fragmentos inestables para despertar los pies del caminante. O en su altar, donde cada día se ofrenda una vela a las ánimas deambulantes que quizás, somos los paseantes de Soft City y que al igual que los habitantes de Uruk, con un grafismo esperanzado dejamos huella de nuestra propia existencia.
Soft City, Jorge Pomar, Curaduría Lupita Baliño, Quimera Galería, 30 de noviembre 2024 - 04 de abril 2025
Fotos de Muerta de Arte. Fuente: www.jorgepomar.com.ar
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