Maquinal - Leonardo Gracés
- lailacalantzopoulos
- 2 oct 2018
- 2 Min. de lectura
Un modelo de emoción
Habitamos un tiempo donde el pasado goza de plena vigencia. El recuerdo perdió su vocación de adentrarse en el pensamiento o en un objeto para transformarse en notificación incesante, capaz de convocar la musealización virtual de las prácticas cotidianas. Así, el pasado se reconoce como una memoria disipada, diluida, pero también como repetición en el presente, reactualización constante de un tiempo que no se abandona.
Pareciera un desafío de lo contemporáneo escapar de la estrategia de la insistencia. No obstante, si asumimos que esta alienación emocional es parte también de un circuito ideológico que nos precede y nos excede, la cuestión se torna aún más compleja.
Maquinal, de Leonardo Gracés, puede pensarse como una extraña mezcla entre un modelo de producción y un modelo de emoción. Por un lado, el artista asume el rol de un operario de la imagen que articula un sistema de engranajes visuales. A la manera de un obrero fordista, ejerce la tarea de la reiteración del detalle: configura un sistema de mecanización de su propia mirada y nos somete a un laberinto de proyecciones que invita a un tránsito hipnótico entre las pantallas. Entonces el espacio se descubre envolvente, para sumergirnos en la tara del eterno retorno. Quedamos cautivos en el interior de un catálogo de acciones cíclicas, que invariables se trasladan de una pantalla a otra para atrapar la mirada desprevenida una y otra vez.
La exacerbación del fragmento construye el fetiche: lo minúsculo se engrandece en el ejercicio de la insistencia y de manera inevitable brota la fascinación del observador sobre lo observado. Como un espectador oculto, Gracés se apropia de una intimidad instantánea a la que no fue invitado. Apela a nuestra pulsión escópica para involucrarnos a espiar a través de su deseo. Con la misma lógica que una muñeca rusa: nuestra avidez se enmarca en el ansia de un otro que mira (y registra) allí donde no lo ven, en el espacio ajeno del gesto privado, en la unidad mínima del comportamiento que estalla en el empecinamiento de la repetición.
Maquinal despliega un sentido ambiguo. Porque tal como lo indica su nombre propone una experiencia mecánica, pero a la vez se impone indeliberada, irreflexiva. ¿Pero qué proceso mecánico goza del detenimiento de la reflexión? Lo Maquinal de la exhibición, no es aquello que se presenta ante nuestros ojos, sino el instante de la captura. Ese momento que nos es vedado y cuya clausura se evidencia en el silencio que impera en la sala. En la repartición de lo sensible, Gracés se guarda para sí el sonido y nos ofrece migajas de lo real, fragmentos sujetos a una existencia tautológica.
En la mitología griega la repetición se presenta como un castigo: por su osadía Prometeo es mortificado por un águila que le devora el hígado cada día. En Maquinal, el tiempo toma la forma de un círculo desde el cual se edifican los cimientos de la condena.
Maquinal, Leonardo Gracés, Centro Cultural Recoleta. Sala J - hasta el 10 de octubre 2018
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