Estado de cautiverio - Juan Manuel Fiuza
- lailacalantzopoulos
- 31 oct 2019
- 4 Min. de lectura
La estética y la política sostienen una larga historia de complicidad. Habitualmente el arte disfruta de una peligrosa y aparente inocencia: ocupa el lugar de la finalidad sin fin o bien de su polaridad, un arte de revolución. Pero más allá de esa inocente transparencia, se ramifican múltiples intersticios de usos y funcionamientos íntimos y sociales. Aquello que El historiador del arte Ernest Gombrich denomina el arte y los artistas, desde su nacimiento remoto constituyen narrativas de poder cuya potencia radica en esa capacidad de camuflaje.
Por estas tierras, la figura de la cautiva, del indio y del gaucho emergen como construcciones fundacionales de la literatura argentina del siglo XIX. Cada una encontrará pervivencias más allá de su origen en el imaginario de la Nación y evocan hoy un llamado a la revisión. Desde esa perspectiva, resulta indispensable volver a preguntar ¿Qué se entiende por cautiverio?. En principio…es posible enunciarlo como un estado, al que se someten a las personas que devienen en objetos para la construcción de un Estado.
Es la literatura fundante se devela la paradoja de la historia: la idea de un espacio desierto como vacío que hay que ocupar arrasando a quien lo habite. De manera cooperativa el arte despliega la máquina discursiva que acompaña la construcción del relato. La invención y el fortalecimiento de un imaginario social que propaga la histórica grieta, en esta ocasión investida con el binomio civilización o barbarie.
En tal dicotomía se desconoce el avance territorial del blanco, por el contrario, se constituye al indio como salvaje que bajo el dominio del rencor (reiteradamente señalado pero nunca argumentado) invade la civilización para matar niños y poseer mujeres. La mujer entonces deviene en cautiva, como cuerpo, como objeto, como bien de uso y de cambio.
Pero más allá del relato establecido, desde nuestro presente el mito de la cautiva guarda en sí, dos modelos de cautiverio, dos memorias invisibilizadas por el relato oficial. El cautiverio mítico y estetizado representado en La cautiva -blanca- de Echeverría, atrapada en la frontera que estalla entre ¨la horda de salvajes¨ que la capturan y la civilización hecha carne en su cuerpo. Y el cautiverio olvidado: lxs originarixs, lxs habitantes capturadxs en las campañas de genocidio, uno de los episodios fundacionales del Estado argentino.
La cautiva blanca opera como mujer-trofeo y expone a su vez dos dimensiones de la cautividad. Evidencia una violencia material y configura una violencia simbólica: el ejercicio de construir un modelo de representación de lo femenino como víctima. Así, el mito de la cautiva es una de las tantas referencias de los espacios que el imaginario colectivo destina para las feminidades. Ser mujer -nacida o construida- implica históricamente ocupar el lugar de lo subordinado, al servicio del deseo ajeno. En el relato de Echeverría, María es esposa y madre, lucha primero por salvar a su amante y luego por reencontrarse con su hijo. Ya sin uno ni otro, lo único que le queda es enloquecer.
En tanto que a las mujeres se les reserva el lugar de lo subordinado, los pueblos originarios ocupan el lugar de lo voraz, aquello que debe ser normativizado y evangelizado, emblanquecido. En el margen de la historia, los pobladores de origen parecen ser violentados y rectivimizados cada vez que se cuenta el relato. Detrás del imaginario del salvaje sin ley, permanece la memoria velada de lxs capturadxs y destinadxs al trabajo esclavo para las "familias civilizadas", cuerpos abusados y exhibidos a la manera de gabinete de curiosidades. Y en este punto, nuevamente es necesario develar la violencia simbólica que continúa operando en la actualidad: lo originario, se instala en el modelo de representación de lo sin voz. Para no caer en las trampas de los privilegios, a la pregunta por ¿quién sostiene hoy la voz de lxs desplazadxs?, corresponde que se invierta el sentido (y la responsabilidad) por ¿quién escucha hoy esas voces?
La revisión sobre la historia puede ser inagotable, pero lejos estamos de ese horizonte de agotamiento. Basta con observar los monumentos que rodean el cotidiano, los billetes que operan como valor de cambio. Detenerse en los relatos que se sostienen más allá de las palabras puede actualizar los interrogantes por ¿quiénes son lxs otrxs? ¿y lxs cautivxs de nuestra contemporaneidad?
Desde esa detención, nuevos sentidos se desplazan y deslizan sobre la superficie significante que habita en lo colectivo. Pensar hoy en un Estado de cautiverio, podría demandar el despliegue de la máquina discursiva del aparato artístico a partir de un modelo de indagación. Desde un presente incierto, es necesario revisar las huellas que la historia ha dejado en los documentos oficiales y en el imaginario actual para repensar los paradigmas históricos fundacionales de la Nación.
Texto curatorial para la exposición Estado de cautiverio. Invenciones y usos de la otredad. Juan Manuel Fiuza, noviembre del 2019, Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Pettoruti . La plata.
https://unlp.edu.ar/cursos_seminarios_talleres/estado-de-cautiverio-invenciones-y-usos-de-la-otredad-17139
Referencias Bibliograficas
Echeverría, E. (1837) La cautiva. Rimas, Buenos Aires, Imprenta Argentina
Toresan, M. (2015) La cautiva: de cuerpo a objeto. Representaciones de un personaje canónico de la literatura argentina. En Academiaedu. Consultado en https://www.academia.edu/33349558/La_cautiva_de_cuerpo_a_objeto._Representaciones_de_un_personaje_can%C3%B3nico_de_la_literatura_argentina Consultado el 20.11.2019.
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